domingo, 21 de enero de 2018

La mejor madre del mundo

 «La mejor madre del mundo eres tú y jamás dejes que nadie te diga lo contrario. Da igual si das pecho o biberón, si haces colecho o no, si te quejas porque no duermes bien desde vete tú a saber cuando, si llevas a tu hijo a la guardería porque no te queda más remedio o porque te da la gana o si prefieres y puedes encargarte tú de él, todas somos las mejores madres del mundo para nuestros hijos y ninguna otra madre puede decirnos lo contrario»


Empieza a darme un poco de pereza leer a diario artículos sobre crianza del tipo: "8 frases que jamás debes decir a una embarazada, [embarazada puede sustituirse por: madre que da el biberón, madre que hace colecho, madre lactante, madre que hace el pino puente, madre que sufrió una cesárea, madre que está desquiciada porque lleva tres meses (en el mejor de los casos) sin dormir, y un largo etcétera.] Esta entradilla vale para cualquier cosa relacionada con madres que hacen cualquier cosa.

Estos artículos suelen contener recopilatorios de frases que todas las mamás hemos escuchado alguna vez en relación a algo que hacemos, lo que sea. Es más, me atrevería a decir que todo lo que hace una madre es susceptible de comentario, crítica u opinión. La mayoría de las veces no suelen tener mala intención pero casi siempre (por no decir siempre), están de más.

Pero volviendo a los recopilatorios, sin duda, lo mejor está en los comentarios que se generan en las redes sociales sobre esas frases, siempre pueden ampliarse y en lugar de ser 8, acaban siendo tantas como experiencias han tenido y tienen las mamás lectoras. A veces, incluso salen a la luz comentarios de mamás que muy enfadadas comparten aquellas críticas que más detestan escuchar, pero ni cortas ni perezosas añaden otras dirigidas a las madres que no hacen las cosas como ellas dicen. Una paradoja total, piden respeto para ellas pero son las primeras que se marcan un gol criticando a fulanita que no da el pecho (da igual el porqué) o menganita que salió a cenar con su marido y dejó al bebé con los abuelos, sin pensar que quizá celebraban su aniversario o simplemente necesitaban un descanso.
De verdad, ójala llegue pronto el día en el que nos respetemos y dejemos de criticarnos y juzgar nuestra forma de hacer las cosas. Aunque tristemente ese día no está cerca porque siempre existirá quien se crea en posesión de la verdad absoluta en lo que a crianza y maternidad  se refiere y así no podremos llegar a ese nirvana en el que cada una pueda hacer las cosas a su manera sin sentirse observada y mucho menos juzgada.

Decía antes que me da pereza, porque no debería ser necesario escribir este tipo de artículos donde se nos diga que cosas no debemos decirle a alquien (que está amamantando, que da el biberón, que está esperando a su primer/segundo/tercer hijo, que acaba de parir y de nuevo un largo etcétera) que nos haga quedar como imprudentes, ignorantes e irrespetuosos. De verdad, no debería ser necesario, bastaría con utilizar el sentido común, activar el botón del respeto y guardar nuestras bienintencionadas opiniones en una cajita bajo llave hasta que alguien nos las pida.

No seré yo quien juzgue a una madre por tener a su hijo en brazos todo el día, a la que duerma en la misma cama con él mientras que su pareja lo hace en otra habitación, a la familia que coleche en una cama de 4 metros, a la que decida dar el biberón desde el minuto uno o a la que quiera dar el pecho hasta los 5 años. Y como no me gusta juzgar, ni opinar sobre otras maternidades espero que tampoco se me juzgue a mi si digo lo que pienso o explico aquello que me ha ido bien, por el momento, en la crianza de mi hijo o si al igual que la periodista Samanta, se me ocurre decir que no todo es de color de rosa en la maternidad.

Pues eso, yo también soy de las que cree que la maternidad es dura y sacrificada y decirlo no me convierte en mala madre, me convierte en una madre realista y partiendo de ese realismo deberíamos empezar a pensar que existen otras formas de maternidad y todas son igual de satisfactorias, bonitas y ante todo respetables.

En relación a este tema, me sorprendió todo el revuelo que se formó en las redes sociales por las opiniones vertidas en el programa de Samanta. Me dió mucha pena que se le dijeran cosas tan feas y sentí más pena al ver que todas las críticas procedían de madres. Mujeres que al igual que ella adoran a sus hijos pero que se permiten el lujo de juzgar a otra madre por su manera de pensar y vivir su maternidad. Sentí vergüenza leyendo algunos comentarios.

Si somos objetivas, se ha lapidado a una persona (porque aunque sea madre no deja de ser persona) por decir que si alguien le hubiera dicho todo lo que acarrearía la maternidad se habría pensado mucho lanzarse a la aventura y también que ha perdido calidad de vida desde que es madre. Y yo me pregunto:

¿Acaso es mentira?,  ¿acaso las que sois madres seguís viviendo igual que cuando no teníais hijos?

Porque yo no.

Nunca he vuelto a dormir igual que cuando no tenía a Ares y mira que en el reparto me tocó uno de los buenos, de los que duermen del tirón toda la noche desde los 3 meses y cuando se despiertan se quedan en su cuna al despertar balbuceando y riéndose de sus pies.

Tampoco puedo hacer nada que me apetezca en el momento en el que me apetezca, porque ya están él y sus apetencias para recordarme que son más importantes que las mías; y ya no hablo de ver una peli, pintarme las uñas o ponerme a hacer petit point, hablo de ducharme, secarme el pelo para poder salir a la calle sin coger una pulmonía, ir al baño tranquilamente o pasar el aspirador. No queda más remedio que esperar a la hora de la siesta y piensas lo mismo que pensamos todas, "en cuanto se duerma, me pongo a hacer esto y aquello y lo de más allá" ¡Ja!, ¡Ilusas! Que somos unas ilusas, ya puede ser importante la apetencia e imposible de posponer para otro día o en cuanto lo acuestas plantas en pandero en el sofá y te preparas para hacer nada o para ver una serie con tu pareja porque en ese momento esa apetencia más que apetencia es una necesidad, como comer o respirar.

Definitivamente se pierde calidad de vida, ya nada será como antes y eso nadie te lo cuenta y si te lo cuentan, no lo hacen de una manera lo suficientemente fidedigna  para que te hagas una idea mínimamente realista de lo que se te viene encima. Ojo, que con esto no digo que me arrepienta de ser madre, solo que de haber sabido algunas cosas igual me habría preparado a conciencia para los cambios. Pero  puedo entender y sobretodo respetar que haya madres que digan que si hubieran sabido todos los cambios que iba a sufrir su vida se habrían pensado muy mucho tener un hijo.

En serio, la maternidad es una de las cosas más bonitas y gratificantes que me ha pasado en la vida, siempre lo digo. Partiendo del día del nacimiento donde descubres que eres capaz de hacer y sentir cosas que jamás pensaste que harías o sentirías, verlo crecer y aprender cada día mil cosas nuevas, descubrir el mundo con él, sus besos, sus perfectos abrazos (como dice mi amiga Susana) y sus rudimentarios "te quiero mucho" mientras abre los brazos para que veas todo lo que te quiere, sus carreras cuando vuelve de paseo con papá y se tira a tus brazos en un reencuentro de película como si llevara un año sin verte, cuando intenta contarte y me cuenta todo lo que ha hecho para que no te pierdas nada y un millón de cosas más.... pero también es sacrificada, muy sacrificada y quien diga que no, miente.

Desde el minuto uno dejas de ser la protagonista de tu película para convertirte en una actriz secundaria cuya historia gira en torno a él, tus necesidades quedan relegadas a un segundo plano, da igual que tengas fiebre o te de el lumbago, tienes que estar por y para él, da igual que tengas sueño porque no has pegado ojo en toda la noche por un catarro tuyo o una laringitis suya, tu hora de levantarte de la cama será la que él diga, probablemente no vuelvas a comer caliente ni del tirón y si el niño es regular como el mío, te deleitará con un buen postre.

Pues bien, todo esto supone que la calidad de tu vida ha cambiado y no para mejor, aunque suene mal decirlo. Puede compensar, porque la maternidad aporta otras cosas muy gratificantes y maravillosas, pero la calidad de tu vida como individuo no volverá a ser la misma jamás 😂

Cuando escucho a madres que llevan sin dormir un año o más, me da una pena tremenda, porque mi sueño ha cambiado pero nunca ha dejado de existir. Yo he dormido y mucho, no al principio claro, los primeros meses no sabes si duermes o pierdes la conciencia. El pecho, el biberón, las tomas, no saber porqué llora, en definitiva, la supervivencia del bebé es la que marca como será el sueño de una madre y de un padre primerizos. Nosotros decidimos darle lactancia mixta, nos repartimos las tomas de todo el día pero sobretodo las de la noche de manera que pudieramos estar lo más descansados posible. A día de hoy me alegro de haber tomado esa decisión.

Digo esto, porque recuerdo que uno de los consejos que nos dio una matrona de las que siguieron mi embarazo fue que el padre durante el primer año debía quedar relegado a un segundo plano (que si no me equivoco y contando el segundo plano al que quedé relegada yo, el de papá sería el tercero)  porque los verdaderamente importantes éramos el bebé, yo y como no, la lactancia materna. El papá según esta matrona, debía servir para atender la casa y poco más. La mamá debía concentrarse en establecer una lactancia satisfactoria que significaría el desarrollo de un apego seguro con el bebé.

Pues mire usted, para nada estoy de acuerdo. El apego no solo se forja con la lactancia. Ni que decir queda que en nuestro caso papá hizo lo mismo que mamá en lo que al bebé se refiere y Ares a día de hoy puede quedarse tranquilamente con papá y despedir a mamá con una sonrisa y un sonoro adios acompañado del bamboleo de su manita cuando tengo que salir, sin lloros ni súplicas aferrado a mis pantalones. Parece ser que, pese a no seguir las indicaciones de esta matrona, tenemos un niño seguro de sí mismo y sobretodo seguro de que sus padres estarán ahí con él siempre que nos necesite.

Tampoco hacemos ni hicimos colecho, yo soy incapaz de pegar un ojo con Ares en la cama, se renpanchinga todo lo largo y ancho que es en el medio de la cama y yo acabo en el filo luchando por no caer y así, no hay quien se concentre en dormir.

Cuando era mas pequeño la cosa era peor, no solo se espanzurraba sino que se pegaba literalmente a mi y yo no me movía por miedo a aplastarlo, llegamos a la conclusión de que el colecho no era para nosotros. Por eso, salvo en contadas ocasiones, desvelos por enfermedad o cuando se despierta temprano y queremos arañar un ratito más al reloj, nuestra cama es territorio vetado.

Desde practicamente el mes de vida ha dormido en su cuna y en su habitación, lo que no significa que le hayamos dejado solo a su suerte. Siempre que ha llorado o nos ha reclamado hemos estado ahí, al principio incluso acudíamos los dos. Uno corría a preparar el biberón mientras el otro le cambiaba el pañal y lo tranquilizaba acunándolo acurrucadito junto al pecho. Nos alternabamos de manera que el niño contaba con la atención de ambos. Después cuando se quedaba calmado volvíamos a dejarlo en su cuna, como digo tuvimos mucha suerte porque enseguida cogía el sueño otra vez y podíamos volver a dormir de nuevo.

Ya sé que según las recomendaciones de pediatras y matronas, al menos los primeros 6 meses el bebé debe dormir en la habitación de los padres para tenerlo controlado en todo momento y sobretodo por comodidad a la hora de darle el pecho, algunos incluso recomiendan para esto último colechar. Pero  esto es lo recomendable, no lo obligatorio. No hay una ley en la crianza que diga como deben hacerse las cosas. Cada niño, cada madre y cada padre son diferentes y en su fuero interno saben lo que deben o quieren hacer en su casa, con sus hijos, porque (como decía Javi), "la matrona no va a venir a casa a las 3 de la mañana  a cambiarle el pañal y mucho menos a darle la teta..." y mientras el bebé esté atendido, se acuda siempre a su reclamo, se le de todo el cariño y se cubran todas sus necesidades, las cosas se estarán haciendo perfectas y punto. Le pese a quien le pese.

Aunque el tema de la crianza y la maternidad es el cuento de nunca acabar, estaría bien empezar a respetar que cada cual haga y diga lo que le plazca y lo más importante deberíamos dar voz sin escandalizarnos a aquellas madres que están cansadas, que no duermen, que se desesperan porque sus hijos no comen o por los cólicos que mantienen a sus bebés y a ellas toda la noche sin dormir, las que como yo (y todas) adoran a su hijo pero después del 2.537 "mamá" del día le suplica que pare, porque somos humanas y porque una vocecita llamándote todo el día puede volverte majara, porque necesitamos "tiempo fuera", porque necesitamos que alguien se ocupe de ellos un ratito y salir a dar una vuelta o a tomar una cerveza mientras duerme y al día siguiente estar de nuevo al pie del cañón con la mejor de nuestras sonrisas, porque en eso consiste vivir y porque se madre no signica que tu vida termine. Es cierto que  tendrás que ceñirte al guión que escriben tus hijos pero la vida tiene un sin fin de cosas más y se debe encontrar tiempo y lugar para todas ellas.

No juzguemos, ni nos metamos en la forma de hacer las cosas de otras madres, podemos poner en común nuestras experiencias, podemos intentar ayudarnos pero jamás tratar de imponer nuestros criterios porque lo que me va bien a mi puede no irte bien a ti y eso no significa que lo estemos haciendo mal.

En resumen, respetémonos, porque todas lo hacemos lo mejor que podemos y eso nos convierte en las mejores madres del mundo.



Esther Rh.

viernes, 24 de noviembre de 2017

¡Estamos de aniversarios!



Cuando empecé a escribir la pimera entrada de mi blog "Psicomamá al rescate" no creí que lo fuera a leer tanta gente, pero me alegra ver que hay mamás a las que su lectura les ha podido servir al menos para echarse unas risas o para emocionarse un poquito recordando su parto o cualquier otra "anécdota" de las vividas.

El blog cumple un año, Ares celebra su segundo cumpleaños y nosotros también celebramos que hemos sobrevivido a los dos primeros años como padres y nos queda humor para seguir riendonos de la gran experiencia.

Recuerdo el día que hicimos la prueba y dió positivo. No sabía que hacer, así que me puse a dar saltos presa de la incredulidad, a Javi se le notaba el miedo en la cara a pesar de tratar de ocultarlo con una sonrisa. El embarazo fue estupendo, ni un mal día ni una mala noche, las hormonas bajo control en todo momento, a pesar de los tres meses sin Javi. Llegó el día previsto pero Ares no estaba por la labor de salir y pasaron unos días más hasta que una noche ¡catapum!. Todo indicaba que quería salir, pero, tampoco. Así que empezaron unas horas interminables que no voy a repetir, porque aquello ya pasó, pero si quiero compartir el recuerdo del mismo instante en que escuché su llanto por primera vez.

Allí estaba yo, detrás de una tela verde que separaba mi cabeza del resto de mi cuerpo. Recuerdo que tenía mucho frío y mucho miedo. Temblaba con los brazos en cruz en la mesa de operaciones del quirófano.  Aunque no sentía dolor, notaba como si me amasaran la barriga al ritmo de la música, porque curiosamente, había música. No recuerdo exactamente las canciones pero si que alguien, no sé si el ginecólogo, las tarareaba. Jamás imaginé que en un quirófano hubiera música de fondo pero lo agradecí.

En todo momento estuvieron pendientes de mí, la matrona, el anestesista, las enfermeras, auxiliares, etc.  Supongo que el hecho de dar a luz en un sitio donde no suele haber muchos nacimientos era todo un acontecimiento y todo el mundo quería dar la bienvenida al recien llegado.

Una de las sensaciones que se me quedaron grabadas en la cabeza fue la de no sentir dolor y sobretodo no poder mover las piernas ni aunque lo intentara. Pero eso daba igual, estaba deseando escucharlo llorar, aunque suene cruel ;)

Después de un rato de amasamientos, por fin, escuche un quejido al que le siguió un llanto más fuerte y en ese momento, no recuerdo si pararon los temblores de golpe o fue el mundo el que se congeló. Ares estaba aquí, por fin.

La pena de todo esto es que no pude sentir su piel inmediatamente, me lo enseñaron desde la puerta. Lo llevaron a pesar, medir y todo lo que tuvieran que hacer y me lo trajeron para que pudiera ver su carita y sentirlo un ratito. Sólo acerté a repetirle una y otra vez lo bonito que era. Después lo llevaron con su padre, con quien tuvo el contacto piel con piel hasta que terminaron de coserme. En la sala de recuperación por fín pude sentirlo cerca del corazón y también volví a sentir las piernas y poco a poco mi cuerpo volvió a la "normalidad".

Así empezó todo, la noche de un 26 de noviembre hace 2 años, llegó al mundo mi mayor tesoro y como cada año recordaré plasmando mis recuerdos de aquella noche en un relato, para mantenerlo fresco siempre en mi memoria, porque aunque no es el recuerdo más bonito, es el que es y dos años más tarde aquello está casi superado.

Y digo casi, porque algo así jamás se olvida. Se queda arrinconadito en el corazón y vuelve a salir a flote cada aniversario, pero no para flagelarte ni castigarte sino para recordarte lo valiente que fuiste ese día y lo que pasaste para traer al mundo a esa pequeña personita que te hace feliz cada uno de los días de tu vida y que con su sonrisa hace que todo aquello mereciera la pena.

Para tí Ares, porque nos guías y enseñas cada día en la hermosa tarea de ser tus papás, porque nos das día a día el amor más puro y sincero y porque siempre vamos a estar a tu lado.


¡FELIZ 2º CUMPLEAÑOS!





Esther Rh.



lunes, 13 de noviembre de 2017

Guardería si, guardería no...



Hace unos meses, nos embarcamos en un proyecto que ha empezado con muy buen pie pero que nos mantiene ocupados gran parte del tiempo, por lo que no estábamos dedicando el tiempo en exclusiva al peque de la casa ni tampoco al "recién nacido" proyecto y como con la atención dividida no se puede hacer nada bien, el mes de septiembre no nos quedó más remedio que contar con la desinteresada ayuda de los abuelos toledanos. En un principio solo iban a ser dos semanas en Toledo, pero finalmente se alargaron a cinco, con una visita de fin de semana de por medio. 

Cinco semanas sin verlo, sin estar con él, sin ver su evolución que ha sido realmente asombrosa. Fue una separación muy dura y dificil, como lo son todas las separaciones forzosas, pero nos quedamos tranquilos porque sabíamos que iba a estar muy bien atendido y cuidado. Eso sí, nunca he gastado los megas y la batería del teléfono tan deprisa, llamadas y videollamadas a diario, aunque lo único que escucharamos al otro lado fuera un batiburrillo de interjecciones en un idioma incomprensible que con los días ha ido convirtiendose en un repertorio de palabras con sentido que nos dejan con la boca abierta.

Ya lleva en casa con nosotros un mes. Aunque esta no es la casa que él conocía, porque mientras no estaba, además de trabajar en el proyecto, nos hemos mudado. Otra de las razones por las que tuvimos que contar con la ayuda inestimable de los abuelos. De no haber sido por ellos, no quiero ni imaginar como habría sido la mudanza lidiando con Ares y con su padre ausente por maniobras durante la última semana en la que había que dejar la casa antigua definitivamente... una locura sin duda.

Pero bueno, eso ya forma parte del pasado, ya estamos instalados en la nueva casa y salvo por alguna caja que aun falta por desembalar y que nos recuerda que llevamos un poco más de un mes aquí, empieza la aventura de convertir la nueva casa en nuestro hogar.

Ares además está afrontando el salto de la cuna a la cama. Una nueva etapa para la que quizá él ya estaba preparado, pero yo no tanto porque eso implica dejar atrás al bebé que era hace solo unos meses para dar la bienvenida al niño en el que se ha convertido.

A punto de cumplir los dos años, el cambio de casa ha supuesto dejar atrás otra etapa de nuestras vidas.

Una etapa muy feliz colmada de experiencias positivas, experiencias no tan positivas pero que se convirtieron automaticamente en aprendizajes y sobretodo de sentimientos. Nervios a flor de piel, un cuantos biberones trasnochados, cambios de pañal en penumbra para no desvelar su sueño porque el nuestro ya estaba desvelado, despertares nocturnos para comprobar que respiraba, primeros pasos, primeras risas, primeros juegos, primeras palabras, primeras carreras por el pasillo, primeros tropiezos y dientes rotos, primer cumpleaños, primer invierno, primer verano y segundo..... pero, no debemos aferrarnos a cuatro paredes por muchas cosas que hayamos vivido en ellas, por eso la nueva casa supone un cambio, un nuevo comienzo, una nueva etapa que también será maravillosa, un nuevo hogar deseando impaciente ser llenado de historias y de recuerdos.

Y también una etapa que viene repleta de trabajo lo cual es maravilloso, pero con un niño que en trece días cumplirá los dos años, hace que surjan las temidas preguntas, ¿trabajar o pasar las mañanas tirada por el suelo, haciendo castillos con bloques, pintando obras de arte y cantando canciones infantiles a voz en grito?, ¿lo llevo a la guardería?, ¿me quedo con él y pospongo el trabajo a la noche, justo cuando lo acostamos y menos ganas de hacer nada tenemos?, sí, lo sé, yo misma me respondo, pero me cuesta un mundo tomar la decisión. Porque ya no habrá más mañanas de juegos, porque habrá una mañana de juegos que será la última, porque se me partirá el corazón cuando lo deje en la puerta de la guardería y me costará concentrarme en el trabajo y sobretodo porque está creciendo muy deprisa y no quiero perderme nada. Este año suma dos en su haber y en otro año irá al colegio, quizá podría esperar y exprimir al máximo los meses que podamos estar juntos aprendiendo él uno del otro.




Y vosotr@s, ¿que me aconsejais?, ¿os costó dejarles en la guarde? Yo estoy convencida de que me costará a mi más que a él...

Ya os contaré la decisión tomada, aunque si finalmente empieza la guardería, ya será para Enero... (sacaremos partido a los dos meses que nos quedan 😊)



Esther Rh



















jueves, 21 de septiembre de 2017

Una satisfactoria vuelta a la rutina

 
Quizá habría estado mejor escribir este post hace dos semanas, pero puesto que la primera semana de vuelta al cole suele considerarse de aterrizaje y adaptación, es como si el cole empezara "en serio" la semana que viene otra vez.

Cuando llega septiembre, a todos nos viene a la cabeza inevitablemente la vuelta al cole, la vuelta al trabajo, a la rutina, etc. y si no te viene a la cabeza, ya se encargan de anunciarnoslo a bombo y platillo en el super, en la tele y en todo medio de comunicación que se tercie.

Septiembre  es sinónimo de vuelta a la "normalidad" tras el verano  y aunque quizá para algunos niños supone una alegría la vuelta al cole, para otros puede resultar igual de estresante y desconcertante que la vuelta al trabajo para los adultos. Traduciéndose dicho estrés en irritabilidad, nerviosismo y berrinches que se nos pueden llegar a escapar de las manos. No debemos olvidar que durante tres meses nuestros peques han tenido todo el tiempo del mundo para jugar, sus horarios se han visto bastante alterados y ahora de repente, les limitamos las horas de juego y marcamos las horas a las que deben comer o dormir.

Pues bien, para hacer que la vuelta a la rutina sea lo más satisfactoria y positiva posible, sería ideal que durante el verano las rutinas básicas de los menores no sufrieran demasiadas modificaciones.

Aunque durante el verano es muy complicado respetar los horarios y rituales que en casa se repiten a diario con relativa facilidad, es importante que dentro de lo posible se respeten al menos las horas de comidas, siestas y sobretodo la hora de ir a la cama por la noche.

Si no es posible respetar estos horarios, al menos unos días antes de la vuelta a la normalidad sería preciso volver a acostumbrar a la familia y sobretodo a los menores de la casa a los horarios que tenía antes del comienzo del verano y que a partir de ahora serán los habituales.

De esta forma, tanto el cuerpo como la mente volveran a adaptarse progresivamente a los ritmos de sueño-vigilia y será más fácil lidiar con el cansancio que suponen los madrugones. 

Llegó el día: Su primer día de colegio (guardería, instituto...) ¿cómo afrontarlo?

Como mencionaba anteriormente, la vuelta al cole para algunos niños, sobretodo para aquellos que ya han pasado en años anteriores por las experiencia de su primer día de guardería o escuela, se convierte en un día genial de reencuentro con compañeros y amigos, con los que compartir sus vivencias veraniegas, pero para otros, puede llegar a convertirse en un auténtico suplicio.

Los pequeños que deben enfrentar su primer día de colegio, aquellos que no hayan tenido un curso muy agradable o que hayan vivido experiencias negativas, no querrán volver o lo harán con pesar, sintiendose indispuestos con repentinos dolores de barriga o de cabeza.

Para enfentar estas situaciones, nada mejor que armarse de paciencia y tratar de entender los motivos por los que el pequeño no quiere ir al colegio. Debemos sacar todo nuestro arsenal de comprensión y ofrecerle todo nuestro cariño, sin imposiciones, ni voces ni por supuesto restando importancia a sus sentimientos. No podemos olvidar que somos la fuente de seguridad más importante que tienen y por tanto debemos hacer que se sientan protegidos.

Decirles lo bien que lo pasarán, así como que volverán a reencontrarse con sus compañeros o que conoceran nuevos amigos y que podrán contarles todo lo que han hecho durante las vacaciones, por ejemplo, puede ser una buena forma de animarles.

Es normal que los más pequeños sufran por la separación de mamá o papá si ello además implica quedarse en un lugar extraño si nunca antes han estado allí, pero pasará en unos días.
Si ese malestar se extiende más de un par de semanas o se produce en niños mayores de 7 u 8 años, sería conveniente indagar las razones por las cuales no quiere ir al colegio.

Lo mejor para superar el madrugón: un buen desayuno y ¡a por todas!

Para no recurrir a las voces, prisas y reprimendas de buena mañana, lo ideal es dejar preparada la ropa para el día siguiente y la mochila con todo lo necesario, la noche anterior.

Trataremos de levantarnos un ratito antes para ofrecerles un buen desayuno (leche o yogurtm fruta o zumo, pan, galleta o cereales) para que puedan afrontar la jornada cargados de energía. Aunque hay niños que por la mañana no tienen hambre, debemos intentar que ingieran algo durante el desayuno porque no deben sumarse más horas de ayuno a las ya acumuladas durante la noche.

Nos despediremos con positividad y alegría, deseándoles que pasen buen día y sobretodo que disfruten. Por supuesto al ir a recogerles, debemos interesarnos por su día, el camino a casa o la comida pueden ser buenos momentos para contarnos como ha ido la jornada.

Los más pequeños después de comer, deberían echar una siesta, para evitar que al final de la tarde, estén irritables y malhumorados.

Los niños más mayores, pueden realizar alguna actividad extraescolar, pero NO debemos saturarles.

Debemos tener claro que las actividades extraescolares NO son obligatorias, por tanto no debemos volvernos locos apuntándoles a actividades que quizá ni siquiera le interesen. Si no quieren apuntarse a nada, debemos respetar su decisión. Animar y ofrecer alternativas sí, pero sin saturar ni obligar.  

Tan importante como las actividades extraescolares es el tiempo que les quede "libre", en el que el niño pueda elegir hacer lo que le plazca.

La apretadas agendas repletas de actividades, que no les dejan ni una hora al día libre y que les obligan a ir corriendo de un lado a otro, a menudo causan en los escolares un agotamiento que puede derivar en un estado de apatía, estrés y finalmente al abandono de algo que quizá al principio le entusiasmaba pero que ha terminado por agobiarle. Es por eso que no debemos imponer dichas actividades, porque no dejan de realizarse en su tiempo libre y son ellos los que deben elegir que hacer en él.

Y, ¿después de la dura jornada?

Una buena forma de poner punto y final a la jornada y que nos ahorrará tiempo la mañana siguiente, será hacer el baño o la ducha antes de la cena. Será un buen momento para preparar la ropa y todo lo necesario para la siguiente jornada. Una buena idea es hacer la cena en familia, conversando sobre como nos fue el día, si no nos hemos visto hasta entonces o bien como fue la tarde si ya nos vimos durante la comida. Después de hacer un poco de sobremesa, iremos a dormir, a una hora que suponga un descanso de al menos entre 8 y 10 horas para los más pequeños.


Como resumen...


Las pautas a seguir para conseguir una vuelta a la normalidad lo más satisfactoria posible, tendrían que ver con: una vuelta paulatina a los horarios habituales de antes del verano a poder ser unos días antes de la vuelta a la rutina, afrontar cada mañana con positividad y energía lo que se consigue con un desayuno completo y equilibrado, anticiparse a la hora de preparar la ropa y material que precisen al día siguiente, cuadernos, libros, mochila, etc., no saturar las primeras semanas con un sin fín de actividades extraescolares, respetar el tiempo libre y sobretodo, respetar las horas de descanso.




¡FELIZ CURSO!



Esther Rh

sábado, 19 de agosto de 2017

Tiempo de cambios (2ª parte)


Ahora ya si que es un ser autónomo con su personalidad bien marcada. Aunque tiene un buen carácter, cuando quiere algo, lo quiere ya y lógicamente no entiende porqué no puede salir corriendo como un loco sin un rumbo fijo cuando lo bajamos del coche, ni porqué no puede soltarse de la mano cuando caminamos por la calle, tampoco entiende porqué lo sujetamos cuando está en la piscina, ni porqué tiene que ir sentado en su sillita del coche como si fuera en un cohete espacial, se va dando cuenta de cada vez más cosas y algunas las acepta pero otras le cuesta un poquito.

Pero es normal, ya son 20 meses y en casi dos años la personalidad se ha forjado y se sigue forjando cada minuto del día. Ha descubierto que no es un apéndice nuestro, que tiene voz y aunque para el voto aún le queda, él intenta llevarnos por donde le interesa sin darse cuenta de que en realidad es al revés...

En definitiva, cambios, cambios y más cambios que sumar a los ya comentados hace unos meses en un anterior post del blog.

(Empezaré por el 8, justo donde lo dejé en la entrada "Tiempo de cambios")

8.- Descubrir el mundo junto a él significa tener que escuchar constantemente ¡mamaaa, mamaaaa, maaaamaaaa! mientras señala asombrado todo lo que se va encontrando en el paseo diario, y cuando digo todo, de verdad, es TODO. Después de esto, ¡no sé si sobreviviré a la etapa de los por qués! Piedras en el suelo, motos, coches, ambulancias, camiones, aviones, nubes, la luna y un largo etcétera, cualquier cosa que ve es motivo de jolgorio y alegría. Aunque lo más probable es acabar con un "ligero" dolor de cabeza de tanto escuchar mamaaaa (o papaaaa) durante una hora o lo que dure el paseo, da gusto ver lo que disfruta cuando nos topamos con una moto, como si fuera la primera que ve en su vida y como termina su descubrimiento con un "guaaaaau" de sorpresa, que previamente te ha escuchado a ti. Lo del "guau" me resulta curioso porque después ve a un perro y en lugar de responder: guau, guau (que le sale a las mil maravillas), si le preguntas como hace el perro él contesta convencidísimo: ah, ah, ah... 😅

9.- Trabajar en casa será misión imposible, al menos mientras esté despierto, aunque se entretiene bastante tiempo solo, ojeando sus cuentos, apilando objetos dispares o tratando de hacer puzzles, llega un momento en su concentración en el que se percata de que no estás por él y es entonces cuando tienes que dejar a medio escribir un email importante que terminarás cuatro horas más tarde y cuya contestación, que podría haber sido inmediata no llegará ya, hasta la mañana siguiente. Pero como siempre, el rato de juegos es muy divertido por eso compensa dejar algo de trabajo atrasado.
 

10.-  Estamos en verano y aunque estemos en la montaña, también tenemos días de calor intenso en los que la mejor solución es refrescarse en la piscina o el río. Pues jamás volverás a bañarte tranquilamente cuando él esté cerca. Este año ha descubierto que puede meterse debajo del agua y también que el agua aunque tenga una partícula de oxígeno, no se puede respirar. Todo su empeño está en hundir su cabeza y lo hace saltando hacia abajo y zafándose de tus manos. Pero a pesar de ese juego que no me gusta nada, me encanta la cara con la que me mira cuando quiere provocar en mi la risa, girando la cabeza para mirarme de reojo como si no me diera cuenta,  incluso me gusta el momento en el que trata de hacerme la dichosa jugarreta de meter la cabeza debajo del agua  mientras yo, que no le suelto ni un momento, le repito nerviosa una y otra vez que no lo haga más porque se puede ahogar... entonces se ríe, dejando ver esos dientecillos de ratón y se me van los nervios y el mosqueo de un suspiro (pero no le suelto ni un momento).


11.- Aprenderás a disfrutar hasta de las cosas más pequeñas como si no hubiera nada más en el mundo.  Una hoja flotando en el agua, un insecto que camina cerca de los pies, ver el agua caer goteando poco a poco de una pelota de esponja mojada...  mientras le miro pienso que daría lo que fuera por recuperar esa sencilla y a la vez complicada curiosidad con la que observa el mundo.  Me encanta ver como disfruta comiendose un albaricoque, mordiéndolo con ahínco y con el empeño de llegar hasta el hueso. Yo lo saco a través del hueco que deja su bocado mientras me observa atento,  tratando de entender que hace eso ahí dentro. Esa curiosidad por las cosas pequeñas, esa curiosidad por la vida, tan grande y saliendo de un ser minúsculo.

12.- La vuelta a casa caminando se convertirá en una romería, recogerá todas las piedras y palos que vaya encontrando por el camino y si además ha llovido querrá tirar las piedras en cada charco que encontramos por la calle, y yo me siento la peor de las personas cuando pongo fin a sus juegos porque tenemos que volver a casa, provocando su enfado. Por suerte enseguida se le pasa y vuelve a mirarme con esos ojos suyos que me vuelven loca de remate.

13.- A veces la paciencia se agota y es inevitable soltar un ¡Basta ya!, ¡Calla un poco, por favor, que me estás volviendo loca!... Algo totalmente normal cuando pasas la mayor parte del día con él y no deja de hablar como si fuera un papagallo, repitiendo una y otra vez la palabra mágica que tanto le costó decir y que ahora repite como un mantra, ¡MAMÁ!  😅 Pero cuando me pasa esto, siempre respiro hondo, cuento hasta 10 (o 20) y después le pido perdón, por perder los nervios, por los momentos en los que tengo que quitarle de las manos un objeto peligroso, por cuando tengo que cambiar mi tono de voz para evitar que toque algo que puede hacerle daño y él en su inmensa bondad que no sabe porqué de repente estoy así, me perdona y me abraza con fuerza.

14.- Nunca jamás volverás a mantener una conversación con tu pareja, amiga, madre (con esta directamente ya no hablas, porque cuando llama prefiere hablar con otro interlocutor: él), ni con cualquier otro adulto mientras él esté presente. La conversación será una mezcla de frases con sentido, intercaladas con otras sin sentido interrumpidas por constantes ¡Mamá!, ¡mmmmm!, ¡Papá! ¡Tita!, ¡Oh sí,  que bonita excavadora Ares!, ¡Ares eso es peligroso,  puedes hacerte daño!.....

15.- A partir de ahora cuesta más que obedezca a la primera, y aunque ya pide que le cambies el pañal cuando ha hecho aguas mayores, cuando le pides que venga para cambiarle el pañal porque toca, se hace el remolón y toca perseguirlo un poco de sofá en sofá como si de un juego se tratara.  Por suerte cuando llega la hora de comer o de ir a dormir por la noche, no discute y sin rechistar come todo lo que toca y se echa a dormir.


De un tiempo a esta parte, cada día descubrimos una nueva faceta que nos deja descolocados, lo que significa que se avecinan más y más cambios para los que no estamos preparados 😅 pero, ¿quien lo está con un niño que camina a una velocidad de vértigo hacia los maravillosos 2 años? Seguiremos informando porque ésta será tan solo una entrada más por completar.




Esther Rh





 



miércoles, 19 de julio de 2017

Para ti, mi Guerrero

 Este post no va de bebés, ni de límites, ni rabietas, ni crianza con apego, ni lactancia, ni nada que tenga que ver con la maternidad. Este post va de antes de todo eso, va de cuando la chica conoció al chico y de como sus vidas se entrelazaron hasta convertirse en lo que son hoy, cuatro años después.

Este post pretende ser un homenaje. Un homenaje y un agradecimiento a la persona con la que comparto mis días, mi compañero de viaje, mi confidente, mi mejor amigo, el padre de mi hijo, el amor de mi vida.

Mi amor,

cuatro años han pasado ya, desde que me miraste y bromeaste con el paquete de arroz SOS que sostenía en mis manos mientras esperaba la salida de los novios. ¡Que guapo estabas!, reconozco que ahí ya lo pensé, ¡que guapo y que gracioso! creo que fue justo en ese momento cuando me fulminaste y decidí que tenías que estar en mi vida para siempre. Quien me iba a decir que eso de "de una boda sale otra boda" iba a ser cierto.

Pasamos un día genial, risas, complicidad y ganas de que el día no terminara nunca. Pero terminó, monté en el autobús y nos despedimos con la mano sin saber si volveríamos a vernos. Con la sensación de tener un as guardado en la manga sonreí mirando el móvil. Tenía tu número, reafirmé así la idea de que ya te tendría en mi vida para siempre.

Al día siguiente tuve noticias tuyas pero no pudimos vernos, al parecer ambos nos habíamos causado la misma impresión y ahí empezó el juego. Volviste a Jaca y empezamos a hablar, separados por unos 530 kilómetros.

Horas, horas y horas de conversación a través de mensajes, dieron paso a la necesidad imperiosa de escuchar tu voz y de ahí a la necesidad y deseo imperioso de volver a verte para comprobar si lo que estaba surgiendo entre nosotros era real.

Pasaron 14 días y por fin volvimos a estar cara a cara. ¡Es él!, recuerdo que pensé. De repente volví a tener 15 años y una sonrisa de boba plantada en la cara. Y entonces me "robaste" el primer beso.

Fue un fin de semana increible, no pienso buscar palabras para explicarlo porque no las hay. No pude regresar más feliz a casa.

Continuaron las conversaciones, aquello cada día crecía con más fuerza. Literalmente enganchados al teléfono, nos daban las mil de la madrugada, daba igual que tu tuvieras que levantarte temprano o yo tuviera mil cosas que hacer al día siguiente, no podía ni quería despedirme de ti, supongo que me asustaba la idea de que aquello que estábamos viviendo se esfumara.

Por suerte agosto estaba la vuelta de la esquina y los dos teníamos unos días libres. Me invitaste a Menorca para conocer a tu familia. ¡Menuda locura! pensé. Pero poco a poco me convenciste para disfrutar de unos días juntos. Te doy las gracias por aquellos días, por si no te las di lo suficiente. Fue maravilloso recorrer contigo la isla, los momentos con tu familia que ahora también es la mía, nunca en la vida podría haber imaginado tanta felicidad. Me devolviste la visita, viniste a Toledo a conocer a mi familia. Ya habíamos dado un paso más, presentaciones formales, planes para romper con todo y finalmente tomé la decisión más importante de mi vida.
 
Decidí marcharme a Jaca, con el apoyo de mis padres que nunca me habían visto tan feliz, en noviembre estábamos juntos en nuestro nido. A pesar de saber que tenías que estar fuera cinco meses, me fui contigo, quería aprovechar hasta el último minuto antes de que marcharas a Mali.

Y sin darnos cuenta, llegó diciembre. Recuerdo la noche de la despedida, ¡que frío negro!, ¡que oscuro el patio de armas!, ¡que profunda tristeza!, creo que se juntaron todas las tristezas de toda la gente que estaba allí despidiéndose de los suyos, por eso era tan profunda y tan negra. Lo estoy escribiendo ahora y se me hace un nudo en la garganta. Que noche más dura, que fría la cama sin ti, la primera de 143 noches, porque ya sabes que las contaba, recontaba y las tachaba cada día en el calendario. Eso me acercaba más al día de tu vuelta.

Esos meses separados fueron la prueba definitiva, cinco meses sin ti, sin abrazarte, ni besarte. Hablando y viéndonos a través de la pantalla del ordenador. Las horas de cinco meses de conversaciones se sumaron a las otras tantas acumuladas. Deseos, planes de futuro, ganas de volver a vernos, así nos fuimos conociendo y construimos los cimientos de nuestra relación. Unos cimientos sólidos que ahora sustentan nuestra pequeña familia y sobretodo nos sustentan a los dos, convirtiéndonos en invencibles ante cualquier adversidad. Sin duda, formamos un gran equipo.

Y  como el reloj no para por nadie, el tiempo siguió su curso y los meses pasaron, quizá no tan raudos como yo quería, pero nos plantamos en mayo y salió el sol con fuerza. Cuando volví a toparme con tus ojos, me olvidé de esos meses sin ti y empezamos nuestra vida juntos, esta vez sin interrupciones ni esperas. Al menos no hasta un año después que tuviste que marchar de nuevo.

Pero para eso quedaba mucho tiempo, acababas de llegar y teníamos que recuperar el tiempo perdido, o mejor dicho el tiempo invertido en conocernos en la distancia, pero esta vez en carne y hueso. Pusimos en práctica todas aquellas cosas que prometimos hacer a tu vuelta, viajes, caminatas por el monte, exprimimos el tiempo hasta agotarlo y de nuevo llegó el día de tu partida. Esta vez Afganistán.

Otra espera que sumar a las anteriores y para mayor tristeza esta vez no me dejabas sola. Esa cosita tuya y mía, tan perfecta, el resultado del amor más grande crecía dentro de mí.

Y el tiempo volvió a pasar, no tan deprisa como me hubiera gustado pero el día de tu vuelta, llegó.

Pasado un mes, nació nuestro pequeño tesoro, uniéndonos aún más y poniéndonos de nuevo a prueba. Prueba que superamos día tras día, no solo porque somos un gran equipo sino porque nos queremos y respetamos por encima de todo y cuidamos de nuestra relación y de nuestra familia como quien cuida con esmero y dedicación su mayor tesoro.

Ya han pasado dos años desde que te marchaste la última vez y nuestro bebé ya no es tan bebé, de pronto se ha convertido en un niño mayor que te adora, te espera en la puerta cuando llegas de trabajar y no se va a dormir sin darte un beso y si no estás, le da un beso a tu foto.

Guerrero, yo no sé si tenemos la clave de la felicidad solo puedo decir que me haces muy feliz y la vida contigo es muy sencilla. Eres una gran persona, un gran compañero y un gran padre. Es imposible explicar lo que significas para mí, de verdad, no encuentro las palabras. Tan solo espero que el tiempo que nos queda de estar juntos, sea tan maravilloso como lo ha sido hasta ahora.

Gracias por estos años de amor, de tranquilidad, de experiencias nuevas. Gracias por compartir todo conmigo, por aparecer en mi vida cuando menos lo esperaba y más lo necesitaba, por poner todo mi mundo patas arriba y ayudarme a "recolocarlo".

 De corazón, gracias.

¡Feliz  aniversario!

Te quiero 💖