viernes, 21 de abril de 2017

Los abuelos


No te planteas lo que supone tener a la familia lejos hasta que necesitas una mano en la crianza de tu hijo. Yo tuve la suerte de poder criarme junto con mis padres y mi hermano cerca de mis abuelos maternos, mi tía y mis primos, no solo en la misma ciudad sino también en la misma casa, rodeando un patio típico toledano. Aunque cada familia vivía en su piso pasábamos mucho tiempo juntos como la pequeña gran familia que siempre hemos sido. Tal era la unión, que todas y cada una de las noches, ataviados con el pijama, bajábamos con mi madre a dar las buenas noches a mis abuelos.

Actualmente por circunstancias de la vida, nos encontramos lejos. Mis abuelos fallecieron y el resto de la familia  sigue viviendo en la misma ciudad aunque en barrios diferentes y yo vivo en la otra punta del país con mis guerreros. Nos vemos menos de lo que me gustaría pero en el fondo aunque haya tanta distancia entre nosotros, siempre estamos unidos, en lo bueno y en lo malo.

Mis padres, o lo que es lo mismo, los abuelos de Ares nos pillan a unos quinientos kilómetros en coche, seis horas de media teniendo en cuenta que cada dos o tres horas si el pequeño guerrero no está sumido en un profundo sueño, es conveniente y necesario parar, para cambiarle el pañal, despejarse(nos), comer algo, estirar las piernas y cubrir todas aquellas necesidades que requiere un bebé cuando viaja en coche, que no son demasiadas pero que son un poco latosas. Es por eso que suelen ser los abuelos los que se desplazan a visitarnos, primero porque están deseando verlo (a él) y segundo porque es mucho más fácil y práctico mover a dos adultos que a dos adultos y un bebé con todos sus bártulos.

Los abuelos por parte de papá además de estar a unos cuantos kilómetros por tierra, están a otros tantos kilómetros por mar, lo que significa que para llegar hasta ellos, son necesarios casi todos los medios de transporte habidos y por haber en el mismo viaje. En la última visita, acumulamos unas cuantas horas de coche, un ratito de caminata por Barcelona hasta la estación de metro para llegar a la estación de tren para coger el tren que nos llevara al aeropuerto, con tan mala suerte que nos equivocamos de terminal y casi fuera de tiempo tuvimos que subir a un autobús que finalmente nos dejó en la terminal  correspondiente, donde muy amablamente nos colaron en el punto de control de seguridad  y nos esperaron para embarcar, todo ello gracias a Ares, porque si hubiéramos ido solos, nos quedamos en tierra seguro.

Puede parecer fácil, pero si toda esta peregrinación la tienes que hacer cargado de mochilas, con un bebé de un año montado en su carrito, buscando los ascensores de las estaciones (cuando los hay) y con la hora pegada al culo, la cosa se complica bastante. En total unas ocho o nueve horas desde que salimos de casa hasta que llegamos a Mahón (Menorca). Si en lugar de avión hubiéramos ido en barco, tendríamos que añadir otras ocho horas al viaje. La última hora de avión no pudo ser más relajada, ni las turbulencias me hicieron sobresaltar después de la jornada maratoniana. Ares se lo pasó pipa y nosotros respiramos tranquilos cuando el avión despegó y más aún cuando aterrizó.

Pero no quiero hablar de viajar con bebés, y no porque no sea un tema interesante, hoy quiero hablar de la importancia de los abuelos en la crianza de los hijos.

Como comentaba al principio, estamos algo lejos de nuestras familias, lo que implica que nuestro núcleo familiar se reduce a mamá, papá y bebé. Eso significa que pasamos la mayor parte del tiempo solos los tres y cuando por cuestiones de trabajo papá tiene que pasar tiempo fuera, el núcleo se reduce a mamá y bebé. Y es después de una semana de "ausencia paterna obligada" cuando te das cuenta de lo importante de tener a los abuelos cerca, porque un bebé absorbe absolutamente todo el tiempo y la energía de la madre y quien diga que no, miente como una bellaca.

Ahora que se ha puesto de moda criticar a las madres que se atreven a contar lo que sienten, piensan, viven, en definitiva, a contar abiertamente su realidad como madres, decir que tener un hijo supone entregarte en cuerpo y alma a él y olvidarte de ti misma parece que ofende a algunas madres. Pues en mi caso lo digo y lo repito, estoy orgullosa de ser madre, me siento feliz cada mañana cuando escucho a mi bebé gritar ¡mamá!  desde su cuarto, me chifla cuando se tira a mis brazos para darme los buenos días con un abrazo que me estrangula, me encantan las horas del día que pasamos juntos, que son todas, adoro los juegos, nuestra complicidad, las enseñanzas diarias, en definitiva lo adoro a él, pero eso no significa que la experiencia de ser mamá a tiempo completo no sea sacrificada y agotadora. Y decirlo no me convierte en mala madre, simplemente soy realista y también soy persona y  de vez en cuando me apetece salir a dar una vuelta, tomar algo, bailar, tener una conversación que nada tenga que ver con bebés, cenar con mi pareja fuera o sentarme a escribir un ratito aprovechando las visita de los abuelos o las siestas de mis chicos. Porque además de ser mamá también soy mujer, amiga, compañera y de vez en cuando hay que reencontrarse, con una misma y con la pareja y nosotros podemos hacerlo cuando están los abuelos.

Criar a Ares, está siendo la experiencia más enriquecedora de nuestra vida, pero hacerlo los dos solos, sin las familias cerca es también de lo más duro a lo que me nos hemos tenido que enfrentar. Es duro, porque pueden pasar semanas, incluso meses sin contar con la visita de los abuelos, lo que también supone estar meses sin ver a nuestros padres, y de vez en cuando un abrazo de mamá viene de lujo para coger fuerzas. Las/los que tengáis la suerte de tener a vuestros padres con vosotras/os aprovechad al máximo la experiencia  de vivir la maternidad/paternidad junto a ellos. Nosotros tenemos que conformarnos con las cortas visitas y creedme, no son suficientes. Tampoco tenemos "comidas de los domingos" en casa de los abuelos con toda la familia, en las que además de comida se comparten tradiciones y valores y lo de juntar a las dos familias en el mismo lugar y al mismo tiempo, es una tarea casi imposible, aunque lo conseguimos en el primer cumpleaños de Ares y espero que se repita en el segundo.
 
Además, desde el punto de vista psicológico, criarse cerca de los abuelos aporta innumerables beneficios que la mayoría de las veces son recíprocos. Así cuando vienen a casa, ellos disfrutan cada minuto del día con él, colmándolo de mimos y como solemos delegar sus cuidados en ellos, nos descargan de responsabilidades. Ellos contentos, nosotros liberados y Ares encantado. Es una simbiosis perfecta.

Para los abuelos además, se convierte en una segunda oportunidad de crianza, pero esta vez sin presiones, con la experiencia que da una vida entera y sin prisas porque tienen todo el tiempo del mundo para gastarlo con él.

Para el nieto, cada visita es una aventura, nuevos cuidadores, nuevos compañeros de juegos y de paseos, nuevos contadores de cuentos y les demuestra su alegría y gratitud con interminables abrazos y besos que hacen que se derritan. ¡No sabe nada el pequeño guerrero! 😏

Ojalá pudieramos estar todos más cerca, pero bueno, de momento tiene que ser así, seguiremos aprovechando al máximo las visitas y el tiempo que pasamos juntos, que aunque no sea mucho es de la mejor calidad y al fin y al cabo eso es lo importante.



Esther Rh